lunes, 15 de mayo de 2017

Ramiro Rosón: «El ser humano sólo puede redimirse de su fragilidad si procura retornar a alguna forma de unión con la naturaleza»

Poeta, dramaturgo, narrador, traductor y crítico literario, Ramiro Rosón (Tenerife, 1989) ha participado en diversos simposios y recitales, escrito para revistas como Nexo, Fábula, Piedra y Cielo, Fogal y La Galla Ciencia, y formado parte de los proyectos plásticos Armario de luces y sombras, acompañado de testamento ológrafo y otros enigmas (2011) y Cuestiones ineludibles: una poética del silencio (2015), del escultor Román Hernández. Su obra se encuentra integrada por las obras teatrales recogidas en La desgracia de Orfeo y el desdén de Colombina (Ediciones Idea, 2007) y los poemarios Tratado de la luz (Ediciones Idea, 2008), La simiente del fuego (Ediciones Idea, 2016), por el que obtuvo el XXVIII Premio de Poesía Emeterio Gutiérrez Albelo, y Ruinas del paraíso (Fundación Canaria Mapfre Guanarteme, 2017), en colaboración con Sergio García Clemente. Desde 2009 escribe en el blog Cuaderno de fulgores (cuadernodefulgores.blogspot.com.es).

La simiente del fuego se abre con un poema optimista. En sus últimos versos, escribe: “No pasemos, / con los ojos vendados, sobre el mundo, / como si nunca hubiéramos nacido”. Sin embargo, ese brindis por la esperanza constituye el antecedente a una sucesión de imágenes sórdidas, todas ellas relacionadas con la ciudad. ¿Es su forma de sugerir al lector que si los individuos se muestran severamente receptivos ante la vida, lo primero con lo que tropezarán es con la fealdad y el desengaño?

Me planteé organizar La simiente del fuego en dos grandes partes: primero tiene lugar un descenso a los infiernos, al que sigue un ascenso gradual hacia la esperanza. Mi experiencia biográfica, aunque no posee nada de extraordinario, me ha permitido conocer desde una edad temprana los aspectos más oscuros de nuestra condición, “la zona en sombra de la vida”, como decía Cernuda. Desde la primera adolescencia he sentido la conciencia angustiosa de vivir en una sociedad absurda y aberrante, que degrada al hombre convirtiéndolo en una mercancía desde la cuna hasta la tumba; por este motivo las imágenes sórdidas del poemario se relacionan con la ciudad, con el espacio de la vida política y social por excelencia. Pero ese animal extraño llamado hombre, que puede realizar las acciones más heroicas y las más abominables (“gloria y desecho del universo”, como lo define Pascal en sus Pensamientos), necesita de la esperanza para no sucumbir a sus tendencias más negativas, pues el desencanto llevado al extremo sólo favorece la pasividad y la autodestrucción, desaprovechando las capacidades humanas para acometer una transformación positiva del mundo. Por lo tanto, La simiente del fuego, aunque expone sin reservas la crudeza del desencanto, se decide finalmente por la esperanza, para que el autor y el lector no desistan jamás del empeño de construir un futuro más digno que el presente, como también sucede en el poemario Ruinas del paraíso.


En el libro vincula la ciudad con la noche y el nihilismo, imagen que contrapone con la de una naturaleza luminosa y ponderada. En uno de los poemas escribe “Sol de verano, guía de mis ojos, / alumbra mis helados interiores”, con lo que remite a una de las ideas centrales de la alegoría de la caverna de Platón: que el sol representa el conocimiento verdadero. Esa insistencia en hallar la sabiduría y el significado del mundo dentro del espacio de la naturaleza permiten relacionar la postura intelectual que usted desarrolla con precedentes que van desde la primitiva filosofía griega hasta poetas como Antonio Machado o Claudio Rodríguez. ¿Qué puede decir al respecto?

En efecto, La simiente del fuego desarrolla una imaginería solar que constituye uno de los ejes medulares del poemario. El Antonio Machado más intimista y sobrio, que se revela en Campos de Castilla, libro que leí desde la infancia, contribuyó a forjar ese gusto mío por la naturaleza con poemas como “A un olmo seco”, en el que el corazón del poeta sevillano se vuelve “hacia la luz y hacia la vida” para esperar un milagro de la primavera. Por otro lado, Claudio Rodríguez, con títulos imprescindibles como Don de la ebriedad y Alianza y condena, también supone un referente básico para mí, pues ya desde los primeros versos de Don de la ebriedad exalta la sabiduría oculta en la estructura del universo: “Siempre la claridad viene del cielo; / es un don: no se halla entre las cosas / sino muy por encima, y las ocupa / haciendo de ello vida y labor propias.” Toda esa tradición intelectual que viene desde la filosofía griega hasta la poesía española del siglo XX, vinculando la claridad solar al conocimiento, no podía ignorarse en un poemario como La simiente del fuego, en el que la contemplación de la naturaleza desempeña un papel decisivo.

Dentro de las imágenes de la naturaleza que describe, destacan sobre todo el agua y el cielo. ¿Esa presencia de lo azul en general y del agua en particular se encuentra relacionada con la idea de deseo infinito, con el símbolo de la flor azul que Novalis introdujo en el romanticismo?

Sin duda, la flor azul de Novalis se encuentra de forma latente en las numerosas imágenes relacionadas con este color que se suceden a lo largo de La simiente del fuego y que, en menor medida, aparecen en algunos poemas de Ruinas del paraíso. En el caso de los poetas canarios, desde el Tomás Morales de Las rosas de Hércules hasta el Félix Francisco Casanova de El invernadero, la imagen del agua en su vertiente marina se ha convertido en el vehículo más idóneo para expresar ese anhelo de infinito, pues el océano es una presencia continua para el habitante de las islas. Por otro lado, en algunos poemas de La simiente del fuego la imagen del mar se termina asimilando a la del cielo, pues en ambos casos se trata de espacios inmensos y vacíos que no cesan de sugerir la idea del infinito e incluso, desde una perspectiva mística, la del Totalmente Otro, esa divinidad que, según el teólogo protestante Karl Barth, resulta del todo imposible comprender, pero a la que el hombre siente la necesidad íntima de dirigirse.

En La simiente del fuego incluye un poema, “Los inmigrantes”, de clara denuncia social. Esa denuncia se amplia y enriquece en Ruinas del paraíso con títulos como “Alocución irreal”, “El desaliento” y “Europa”. Reivindica, de este modo, la función crítica del poeta en el tiempo y el entorno que le ha tocado vivir, o, dicho en otros términos, defiende la idea de que la figura del intelectual debe resultar necesariamente incómoda para los poderes de turno...


Ramiro Rosón
Creo que, en el mundo que nace a partir de la gran recesión económica de 2008, lleno de incertidumbres y convulsiones, el poeta, como los demás trabajadores de la cultura, debe recuperar su función crítica sin miedo ni vergüenza. En este sentido, considero que se necesita llevar a cabo una revisión crítica de ciertos aspectos de la posmodernidad, pero conservando sus aportaciones positivas a la historia del pensamiento. El excesivo individualismo posmoderno, que surge con la caída de los grandes relatos, ha favorecido un desinterés por los asuntos públicos que sólo conduce a la irresponsabilidad absoluta. No se puede olvidar que, en las décadas anteriores al estallido de la burbuja inmobiliaria, grandes sectores de la ciudadanía renunciaron a participar en la actividad política y en los movimientos sociales, de forma que no mostraban ningún rechazo hacia las políticas neoliberales mientras se mantenían unas condiciones de vida más o menos aceptables para la mayoría. Por otro lado, la poesía social plantea una importante cuestión estilística: ¿cómo poner en solfa las estructuras del poder sin acabar escribiendo un panfleto, para que el poema perdure más allá del momento histórico al que se refiere? A mi juicio, la única respuesta a este problema formal se encuentra en el uso continuo de la imaginación, que transforma la realidad en lenguaje poético de manera inusitada y sorprendente. La imaginación debe buscar un término medio que cada autor defina según su caso, para que el poema social no caiga en la ramplonería ni en el hermetismo. 

Frente a la injusticia y el desorden de las acciones humanas, en Ruinas del paraíso de nuevo señala la naturaleza como el espacio mítico para la redención de los individuos, simbolizada de forma particular en el vencejo, con el que parece desplazar a otras figuras más recurrentes de la tradición poética, como el mirlo o el gorrión.

Siempre me ha fascinado la imagen del vencejo, un pájaro que suele anidar cerca del ser humano, pero que pasa la mayoría de su vida en el aire, aprovechando la fuerza de los vientos para planear. En el poema “Los vencejos”, incluido en Ruinas del paraíso, estas aves se transforman en espejos donde el yo poético reconoce la fragilidad humana, pues su vuelo dibuja un movimiento de oscilación entre dos extremos (la tierra y las nubes), así como el hombre se mueve entre el dolor y la felicidad a lo largo de toda su existencia. Pero al mismo tiempo se da cuenta de que el ser humano sólo puede redimirse de su fragilidad si procura, en la medida de lo posible, retornar a alguna forma de unión con la naturaleza, tomando conciencia de pertenecer a un todo mucho más grande y poderoso que sí mismo. Por lo tanto, en este libro la naturaleza sigue presentándose como un espacio donde el hombre puede conocerse a sí mismo a través de la reflexión solitaria, al margen de convenciones sociales basadas en imposturas, en la medida en que ofrece un conjunto de leyes más armónicas y perdurables que cualquier forma de organización humana (como decía Plinio el Viejo, “el mayor número de los males que padece el hombre provienen del hombre mismo”).

Por último, ¿qué le diría a los lectores para que se aproximen a las páginas de La simiente del fuego y Ruinas del paraíso?

No sé si el autor es la persona más indicada para animar a los demás a leer sus libros, pero creo que se trata de dos poemarios que buscan una unidad orgánica dentro de su variedad de temas. A través de un lenguaje que enfatiza el ritmo como elemento esencial de la poesía, buscando un equilibrio entre clasicismo y modernidad, he intentado sintetizar, con acierto o sin él, todo un abanico de influencias que abarca, en el campo de la literatura universal, desde el primer romanticismo hasta los inicios del surrealismo (Goethe, Hölderlin, Novalis, Keats, Shelley, Wordsworth, Leopardi, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Apollinaire), y que incluye buena parte de la poesía española del siglo XX (Lorca, Juan Ramón, Cernuda, Salinas, Aleixandre, Valente). Pero, sobre todo, La simiente del fuego y Ruinas del paraíso aspiran a un equilibrio entre forma y contenido, apostando por una imaginación que conjugue poesía y pensamiento, contra el dictamen de los que han querido desterrarla de la creación poética como si se tratara de un elemento superfluo.

Por Benito Romero




Puede consultar las obras de Ramiro Rosón en la Biblioteca Canaria de la ULL pinchando en este enlace.

*Agradecemos al autor del artículo su colaboración con nuestro blog.
Benito Romero Rodríguez (1983) es licenciado en Filosofía. Obtuvo el Premio Félix Francisco Casanova de Poesía (2002) y el Premio de Poesía de Juventud y Cultura de Canarias (2006), y ha colaborado en diferentes diarios y revistas de Canarias. Puede consultar sus publicaciones en nuestra Biblioteca.

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