jueves, 12 de noviembre de 2015

Poesía canaria actual: una recomendación de lectura (I)

En los últimos años han visto la luz, tanto dentro como fuera de las Islas, una serie de libros de poesía de gran calidad, escritos por autores y autoras nacidos en Canarias, que sin temor a exagerar pueden alinearse con lo mejor de la producción poética española contemporánea. Salvo algunas excepciones, lo más seguro es que el lector medio no los conozca, razón que me ha impulsado a seleccionar unos pocos y comentarlos muy brevemente con el objetivo de realizar una recomendación de lectura, tanto más necesaria en un espacio como el nuestro, en el que el número de lectores de poesía y el número de poetas suelen por desgracia coincidir.  

Sin más preámbulo doy la relación de libros, ordenados de forma cronológica según el año de publicación. 

Arturo Maccanti es el único poeta de los aquí nombrados cuya obra está ya cumplida debido a su reciente desaparición, además de originarse —junto a la de Lázaro Santana, Eugenio Padorno y Andrés Sánchez Robayna— en otro momento histórico, en otras coordenadas temporales. Su libro Óxidos, escrito en el último tramo de su vida, no es sin embargo en absoluto inactual. Publicado hace ya doce años, Óxidos es, en mi opinión, el mejor libro de poesía de Arturo Maccanti, aquel en el que su poesía directa y expresiva es quintaesenciada sin perder la honda delicadeza que la caracteriza. Remito al lector a la entrada publicada en este blog bajo el título de La copa de silencio de Arturo Maccanti, escrito con motivo de la muerte del poeta en 2014, porque condensa todo lo que podría decir aquí sobre este libro y, en general, sobre su obra poética.

Cariátides fue publicado en 2007, y aunque con posterioridad a esta fecha Iván Cabrera Cartaya ha publicado cuatro libros de poemas, igualmente recomendables, esta obra puede ser considerada una de las más sólidas y estimables del poeta. Cariátides, como en general la poesía del tinerfeño, es una obra atravesada tanto por el deseo profundo de indagación en la naturaleza como por la búsqueda de la unidad a través de la belleza del mundo. Ambos movimientos confluyen, en ciertos pasajes de Cariátides, en una contemplación casi extática del paisaje; así sucede en «Lector de mitos», o en el que lleva por título «Escenas sobre el mar». En este último texto se afirma un deseo de unión con lo contemplado que enraiza con la poesía de Juan de la Cruz, Cernuda o Rilke, tres poetas que están en la base del trabajo poético de Cabrera Cartaya.

El motivo central de la obra poética de Eugenio Padorno —que se ha mantenido fiel a la línea más meditativa de la lírica de raíz simbolista, cuya matriz aloja el cuerpo entero de esa obra— es la pregunta por el enigma del ser y del tiempo, la pregunta también por la palabra como aproximación o acceso a ese enigma. En 2010 publicó La echazón, libro que continúa ahondando en esa doble raíz, «en lo dentro / Del afuera de la sobretarde», en versos hechos de contenido fulgor. La palabra de Eugenio Padorno posee una levedad y una hondura que, en este breve e intenso libro, se funden en una afortunada conjunción; honda levedad, sí, de la palabra, que a nuestro juicio lo convierte en uno de los libros más notables de los últimos años.

Con El libro de Fabio Montes, el tercero de sus libros publicados, la poesía de Bruno Mesa alcanza una madurez que le avala como uno de los autores más atrayentes y singulares del panorama poético actual. En esta obra el heterónimo del autor tinerfeño busca, en cada poema y casi en cada verso, una inocencia y una pureza (no ingenuas) de la mirada difíciles de encontrar en la poesía canaria reciente. Tal vez no sea superfluo recordar a qué tradición pertenece El libro de Fabio Montes. Es la tradición de la heteronimia, que tiene en Fernando Pessoa su faro más brillante y que constituye en su origen una forma o estrategia de salida de la cárcel romántica del yo. Aunque la enorme sombra de Pessoa pese sobre él, la heteronimia no es aquí una fórmula literaria, sino una forma de acceder a la realidad, al mundo y a los otros, y eso es precisamente lo que distingue a este libro.

La trayectoria creativa de Lázaro Santana rebasa los límites de nuestro breve arco temporal. Desde su primer libro de poemas, Con la muerte al hombro (1963), hasta Partes del tiempo, ha transcurrido casi medio siglo de vida dedicada a la poesía, además de a la crítica de arte y literaria. En esta trayectoria Partes del tiempo constituye, a mi juicio, uno de los mayores logros del autor. Es difícil empezar este libro y no continuar leyéndolo, difícil no dejarse atrapar por una sintaxis alejada de toda retórica, cuyo designio parece ser el siguiente: mantenerse fiel a la mirada, a lo que los ojos miran y contemplan, a la experiencia inmediata del sujeto que habla. Una fidelidad bajo la cual se adivina la gran lección de Cernuda y que constituye en sí misma un esfuerzo de la imaginación creadora en pos de una poesía despojada y esencial.

En Heracles loco y otros poemas el poeta Francisco León proyecta una visión dionisiaca del mundo sobre diversos motivos y experiencias de origen griego, y nos regala un conjunto de poemas que belleza tan diáfana como perturbadora. Podríamos afirmar que Heracles loco... entronca con una línea de la poesía moderna en la que lo «visional» es la materia prima de la que está hecha el poema, una línea conformada por autores como Blake, Rimbaud o Elitis. Sin embargo, la labor creativa de León no deja nunca de lado el principio constructivo de lo poético, que es capaz de fundir con los elementos provenientes de la tradición doblemente hermética (la del hermetismo en general y la del ermetismo italiano en particular) a la que da cabida este libro.

La antología de Andrés Sánchez Robayna, El espejo de tinta, editada por José Francisco Ruiz Casanova, es otro de los libros que recomendaría al lector, que encontrará a lo largo de sus páginas poemas de muy distinta hechura, pero en el fondo unidos por un solo deseo: la lectura del liber mundi. Una lectura entretejida de epifanías que no están fuera del tiempo, una constante búsqueda del instante en el camino, «cuando quietud y movimiento / danzan en la unidad, y solamente / la luz da testimonio de la danza.» Se podrá objetar que este libro no es tal, sino una selección de poemas, y que, además, una obra tan unitaria como la de Sánchez Robayna es muy difícil de antologar, pues muchos de sus poemas más significativos son series de fragmentos que no pueden separarse sin que el poema (o el libro en el caso de El libro, tras la duna) pierdan parte de su sentido. A pesar de ello, el trabajo como antólogo de Ruiz Casanova confiere a El espejo de tinta la textura unificadora de un verdadero libro.

De la tiniebla, de Melchor López, es una obra singular por dos razones. La primera es que esta brevísima pieza constituye el «sueño» de un mirlado o xaxo guanche que nos habla post mortem durante el proceso de embalsamamiento y posterior enterramiento de su cuerpo; la segunda razón, la asombrosa y no evidente sencillez que ha constituido siempre un «principio» estético del trabajo creativo de Melchor López, un principio que puede observarse también en esta plaquette. Desde esa trabajada sencillez, y alejada de todo tratamiento regionalista del tema, De la tiniebla constituye una suerte de escatología canaria en la que el cuerpo aprende a olvidar el mundo y los seres amados, el «calor de la arena y las brasas», a olvidar la memoria, el tiempo y el olvido.

En estos últimos años se han editado, como decía al principio, muy buenos libros de poesía escritos por autores canarios, y hay sin duda muchos más que deberían destacarse junto a los aquí reseñados. Pero no he pretendido ni mucho menos ser exhaustivo, solo recomendar la lectura de unos pocos libros entre los muchos publicados en los últimos diez o doce años.

No es tarea fácil justificar en un párrafo por qué he elegido estos libros en concreto. De modo sumario diré que en todos ellos se respira una relación carnal con el lenguaje —«con las manos se forman las palabras», dijo Valente— que es para mí uno de los signos de lo poético mismo. Por otro lado, en todos estos libros es posible «habitar»; mejor dicho, todos estos libros construyen un lugar que la palabra, en su apertura, hace habitable —algo cada vez más difícil en el mundo de hoy, cuya deriva nos lleva, parece que irremisiblemente, hacia la incertidumbre, la errancia y el desasosiego (tal vez necesarios).

Alejandro Satura


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